Juan Enrique Soto siempre me ha sorprendido gratamente con su narrativa, y en este caso, con
su nueva novela, lo ha vuelto a hacer.
Estoy hablando de El espectro de Ileon Jacq, donde no pude dejar de leer en ningún momento, salvo para saciar las necesidades básicas de mi existencia.
En los albores del siglo XIX, el joven Edward, el protagonista, llega a una isla donde espera recuperarse de los males que le aquejan. Un diario escrito por un ser despiadado y trastornado le guía en descubrimientos que le harán ver una realidad que solo él percibe, que solo él reconoce, tras el descubrimiento de dos cadáveres, uno de ellos el cuerpo incorrupto de una mujer. Los personajes que se van sucediendo durante la trama se nos antojarán seres siniestros que no descansarán ni un solo segundo para favorecer el mal y la perversión…
Se trata de una novela con tintes góticos, con momentos de miedo y, sobre todo, repleta de terror psicológico. Podría parecernos, incluso, que gran parte del relato está dominado por la fantasía, pero no es así. La fantasía solo está en la mente de alguno de sus personajes -muy bien creados, por cierto-, con sus historias y vicisitudes a sus espaldas.
El autor va desvelando detalles en la novela que hará que volvamos a releer páginas pasadas porque no llegamos a creer que esto o aquello esté pasando en ese momento. Nos hace creer lo que Edward ve, lo que percibe con su mente perturbada y trastocada. Nos hace dudar entre lo lógico y lo ilógico, entre lo real y lo fantástico, entre la locura y la cordura, entre el bien y el mal, entre la muerte y la propia vida… Con maestría, Juan Enrique nos muestra la fina línea de la que pende la mente humana, como no podría ser menos, viniendo de un experto como es él en Psicología Criminal.
Si no fuera porque conozco a Juan Enrique y porque habita entre nosotros, perfectamente podría pensar que esta novela se pergeñó en aquella mansión que alquiló Lord Byron al lado del lago Leman, en Suiza; llamada Villa Diodati, y en la que se reunieron, una noche de 1816, autores de la talla del propio Lord Byron, Mary Shelley y John William Polidori, entre otros; donde a la entonces joven Shelley le asaltó la idea de crear su afamado Frankestein y al maestro Polidori la de crear El vampiro.
Es una novela de nuestros días que perfectamente podríamos encuadrarla en los inicios de aquel siglo, donde los escritores tenían la necesidad de crear esas novelas terroríficas para acallar sus frustraciones y fantasmas, donde el Romanticismo, como época literaria, comenzaba a acaparar todos los aspectos culturales de occidente.
Porque así me lo parece y sin querer halagar a mi amigo Juan Enrique Soto, su novela, El espectro de Ileon Jacq, es de esas narraciones que hasta el mismísimo Allan Poe hubiera deseado escribir…
…Y si no me creen, atrévanse a leerla y después me cuentan… Aunque igual ya no exista un “después”…
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