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  • Foto del escritorMISIVAS PARA POE

Reseña de la novela "Relojes Muertos", de Eva María Medina

Eva María Medina (Madrid, 1971) es licenciada en Filología Inglesa por la Universidad Complutense de Madrid. Autora del libro de relatos Sombras (Editorial Groenlandia, 2013), y coautora de Relatos en Libertad (Editado por Anuesca, 2014) y de Letras Adolescentes (Colección Especiales, Editorial Letralia, 2012). Ha obtenido diversos premios literarios por sus cuentos, que han sido publicados en distintas revistas literarias, españolas y latinoamericanas (Letralia, OtroLunes, Cinosargo, Entropía, Almiar, Narrativas…), y en diversas antologías. La revista La Ira de Morfeo editó un número especial con algunos de sus relatos. Relojes muertos es su primera novela. En la actualidad está ultimando la escritura de su segunda novela, Asesinos de palomas.





Nº de páginas: 166 págs.

Encuadernación: Tapa blanda

Editorial: PLAYA DE AKABA

Lengua: CASTELLANO

ISBN: 9788416216253



SINOPSIS:

Después del ingreso en un psiquiátrico, Gonzalo vuelve a casa. Al principio todo le parece luminoso, amplio. Mira sus libros, su sillón de terciopelo verde, y se acuerda de sus compañeros, a los que echa de menos. Luego, ve al vecino que habla con su reloj de pared. Se tumba en la cama y surgen las palabras de la portera. ¡Ella y su jefe en casa haciendo la maleta que le llevaron al hospital! Intenta dormir, eludiendo imágenes grotescas. Al despertar, ha oscurecido. Entra en la habitación de sus padres, mira sus fotografías, y siente que le piden que les saque de allí. Sufre la «náusea». La novela alcanza un punto de inflexión cuando Gonzalo vuelve al trabajo y Ángela, una mujer que conoció en el psiquiátrico, se va a vivir con él.




MI OPINIÓN: 

Conozco a Eva Mª medina desde el año 2009, cuando comencé mi andadura tortuosa con la revista digital “Horizonte de Letras”, cuando me envió una colaboración, un relato, para uno de los primeros números que salieron publicados en la red. Y he de reconocer (lo hago sin ningún tipo de reserva) que su estilo literario me encandiló. Esa forma suya de escribir, de contar una historia, directa y al grano, me descolocó de una manera tan asombrosa que recordé los relatos de Kafka. Sí, he dicho bien, de Kafka. La sencillez con la que teje sus frases, con palabras directas que van construyendo un todo literario, me sorprendió de manera muy grata. Y quedé prendado de su estilo literario.


Ahora acabo de terminar de leer su primera novela, Relojes muertos, y la fascinación que sentía por sus letras se ha consolidado. No, no piensen que soy un halagador infame, que solo quiere dorar la píldora a nuestra autora. No. No lo necesito, y no quiero hacerlo. Si no fuera cierto lo que produce su prosa en mi ánimo, no me hubiera dignado en escribir esta humilde reseña de su gran y asombrosa novela. Simple y llanamente, no lo hubiera hecho.


La obra de Eva comienza con un precioso prólogo de mi admirado Juan Manuel de Prada, insigne de las letras españolas contemporáneas, que adorna la novela con su saber y su buena crítica. Pero créanme si les digo que la obra de Eva es buena por sí sola, que no necesita de la ayuda de nadie para que así sea. Sin embargo, Juan Manuel de Prada no pudo sustraerse a tan maravilloso y sugerente relato, cuando Eva le dejó su manuscrito en unos cursos literarios que él impartió en uno de los veranos de la Universidad Menéndez Pelayo, en la preciosa capital cántabra, a los que la autora acudió como alumna y aprendiz incansable.


Cuando comenzamos ya la lectura de su narración, Eva directamente nos adentra en la última jornada de la estancia de Gonzalo, el protagonista, en el hospital psiquiátrico en el que ha pasado los últimos meses, donde se ha sentido feliz, aunque añorara su vida en la calle, mezclado –de nuevo- con la sociedad que parece esperarlo con los brazos abiertos.


Sus dos primeros capítulos parecen recorrer la vida del protagonista de manera tranquila y coherente, todo lo coherente que puede ser un regreso para el que –en principio- parece estar preparado, y que Eva nos va desentrañando –en los siguientes- que no es tal la realidad que le espera. Su realidad parece ser distinta a la que todos los demás “jugadores” están viviendo. Y lo hace de una manera sutil, con frases cortas, a veces solo con palabras que se van quedando encerradas entre signos de puntuación, que se van quedando aisladas, pero que son imprescindibles para que su ritmo narrativo sea vertiginoso en muchos momentos, para que el lector quede enganchado en esa atmósfera de incredulidad esquizofrénica que acompaña a Gonzalo, que nos asoma a sus recuerdos, muchas veces frustrados e irreales.


A veces, Eva utiliza el monólogo interior, y lo hace de manera magistral, recreándonos de forma efectiva los pensamientos inacabados y dementes del protagonista, incluso sus sueños extraños, que atormentan al lector, descolocándonos y haciendo que nos removamos en nuestro sillón de lectura. Nos muestra (porque no nos cuenta) los avatares de una mente enferma, de una mente que parecía curada, de una inadaptación anunciada y previsible, pero que nadie –ni siquiera el propio Gonzalo- fue capaz de intuir.


Como decía al principio, muchos de los relatos de Eva María son kafkianos, al menos, a mí me recuerdan mucho a los que escribió el autor checo; pero esta novela, sin lugar a dudas, lo es. Nos adentra en un mundo de ensoñaciones ilusorias y de realidades que atormentan al protagonista, que llega a ver una “metamorfosis” en su propio ser, sin comprender si es verdad lo que está viendo o es una fantasía de su mente atormentada. Tanto es así, que el único lugar donde parece haber sido feliz es el hospital donde de verdad encontró la amistad.


Nuestra autora crea unos personajes a los que no precisa describir, y a los que no necesita –en muchos de ellos- crear una historia que nos haga comprender el porqué de sus decisiones. Sin embargo, sí profundiza en sus mentes, en el pensamiento humano, sea erróneo o correcto. Y eso es una virtud que se consolida en Eva, tras leer esta novela después de sus muchos relatos. 


Amistad, amor y desamor deambulan por la psique de Gonzalo, sin saber qué desea, casi sin reconocer su vida pasada, la anterior a su ingreso… Y eso es mérito de su creadora, de Eva María, que hábilmente nos ha creado esa mente enferma para que los lectores nos adentremos, sin ningún tipo de filtro ni cortapisa, en los más recónditos de sus rincones.


Esta novela de Eva, su primera novela, en sus poco más de ciento cincuenta páginas, nos muestra el mundo de la locura, un mundo desconocido para aquellos que nos calificamos de cuerdos, aunque siempre flirteemos con nuestras paranoias, las que todos hemos tenido –y tenemos- en algún momento de nuestra existencia. Mezcla, con maestría, esa demencia –al parecer incurable en nuestro protagonista- con la vida real, con personas “normales”; haciendo que nos preguntemos cuál de los dos lados es el juicioso o consecuente, y cuál es el enajenado.

Para Gonzalo, su tiempo, su vida, su existencia, se ha detenido, al igual que se detuvieron las manecillas del reloj de su anciano vecino -al que espiaba entre las rendijas de su persiana- a las cuatro de la tarde. 


El tiempo de Gonzalo se ha detenido en los recuerdos y vivencias del hospital psiquiátrico (o manicomio), en la compañía de las personas a las que de verdad parece apreciar (si es que aprecia a alguien), en tratamientos y habitaciones vigiladas, en obsesiones y dudas existenciales, en su vida de pareja con su compañera Ángela, a quién parece no reconocer, aunque ella le siga amando con fervor…


El tiempo de Gonzalo ha encallado, se ha estancado en las perturbaciones de su mente, se ha interrumpido… Es el tiempo que marcan los relojes muertos…

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